La
especulación religiosa es inevitable, pero es siempre perjudicial; la
especulación invariablemente falsifica su objeto. La especulación tiende a
traducir la religión en algo material o humanista, y así, mientras que
interfiere directamente con la claridad del pensamiento lógico, indirectamente
hace que la religión aparezca como una función del mundo temporal, el mismo
mundo frente al cual debería estar constantemente en contraste. Por lo tanto,
la religión siempre será caracterizada por paradojas, las paradojas que
provienen de la ausencia de una conexión experiencial entre el nivel material y
el nivel espiritual del universo —mota morontial, la sensibilidad
superfilosófica para el discernimiento de la verdad y la percepción de la
unidad.Los sentimientos materiales, las emociones humanas, conducen
directamente a las acciones materiales, a los actos egoístas. El discernimiento
religioso, las motivaciones espirituales, conducen directamente a las acciones
religiosas, los actos altruistas de servicio social y benevolencia altruista.
El
deseo religioso es la búsqueda hambrienta de la realidad divina. La experiencia
religiosa es la realización de la conciencia de haber encontrado a Dios. Y
cuando un ser humano encuentra a Dios, experimenta en el alma una
indescriptible inquietud de triunfo en el descubrimiento de que se ve impulsado
a perseguir el contacto de servicio amante con sus semejantes menos iluminados,
no para revelar que ha encontrado a Dios, sino más bien para permitir que el
desborde de eterna bondad que rebasa su propia alma, refresque y ennoblezca a
sus semejantes.
La verdadera religión conduce a un mayor servicio social.La
ciencia, el conocimiento, conduce a la conciencia de los hechos; la religión,
la experiencia, conduce a la conciencia de los valores; la filosofía, la
sabiduría, conduce a la conciencia coordinada; la revelación (el sustituto de
mota morontial) conduce a la conciencia de la verdadera realidad; mientras que
la coordinación de la conciencia de hecho, valor y verdadera realidad
constituye el conocimiento de la realidad de la personalidad, el máximo del
ser, juntamente con la creencia en la posibilidad de la supervivencia de esa
misma personalidad.
Tomado del Libro de Urantia
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