No hay
pueblos ni personas privilegiadas para Dios. Dios, o la espiritualidad
superior, no se liga específicamente a unos pueblos o razas determinadas en
detrimento de las demás, sino que hace un llamamiento a todos los seres a
participar en el desarrollo del plan evolutivo, y es cada espíritu el que
decide si quiere o no colaborar. Por supuesto, no obliga a nadie a seguir sus
leyes. Cada uno, de acuerdo a su voluntad y su capacidad, adquirirá, si así lo
desea, un compromiso para desarrollar una tarea concreta dentro del plan de
evolución espiritual, tanto a nivel individual como colectivo, de la humanidad
en la que encarna. Esa es la elección, la del espíritu. Por tanto, un “elegido”
no es más que aquel que abre su interior a la espiritualidad superior y se
compromete a seguir la ley del amor en su vida para que, además de evolucionar
él mismo, sirva de ejemplo a otros seres que todavía no se han abierto
interiormente a esta llamada.
¿Y estas
personas que se abren a esa llamada del mundo espiritual, tienen algo que ver
con los místicos o los profetas?
Mira, el
contacto directo con el mundo espiritual no está reservado sólo a unos pocos.
Ya he dicho que todo el mundo tiene una conexión directa, su propia conexión
personal, con Dios, con la espiritualidad superior, con sus propios guías, y
cada uno lo va a experimentar de una manera. Lo importante es buscar esa
conexión sinceramente, con humildad, y que el motivo de esa búsqueda sea
avanzar espiritualmente, y a cada cual se le dará lo que necesite. Lo
importante no es la espectacularidad de las experiencias, sino que esas
experiencias le sirvan a uno para avanzar en el amor, no para justificarse en
sus defectos. Desafortunadamente, hay mucha gente que, motivada por el deseo de
ser o de aparecer como alguien importante ante los demás, una especie de
“maestro ascendido” o algo por el estilo, se autosugestiona experiencias que no
son reales, y que pueden llevar a engaño a otra gente.
O los hay
que, tras haber tenido experiencias reales de contacto espiritual, en vez de
utilizarlas para su propio avance espiritual o para ayudar a los demás, las han
utilizado para engrandecerse y creerse superiores y exigen que los demás les
traten como si fueran dioses. Es el defecto de la vanidad lo que le hace a uno
buscar la admiración de los demás en vez de buscar cómo mejorarse a sí mismo.
Desgraciadamente esto es muy frecuente en vuestro mundo.
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