«No se permitan ni por un instante creer en
aquellos documentos de las Escrituras que dicen que el Dios del amor ordenó a
tus antepasados que salieran a batallar para destruir a todos sus enemigos:
hombres, mujeres y niños. Estos documentos son palabras de hombres, hombres no
muy santos, no son la palabra de Dios. Las Escrituras siempre reflejaron y
siempre reflejarán el estado intelectual, moral y espiritual de los que las
crean.
¿Acaso no han notado que los conceptos de Yahvé crecen en belleza y
gloria a través de los escritos de los profetas, desde Samuel hasta Isaías? Y
que el propósito de las Escrituras es la instrucción religiosa y la guía
espiritual. No son obra de historiadores ni de filósofos.Lo más deplorable es,
no solamente esta idea errónea de la perfección absoluta de las Escrituras y de
la infalibilidad de sus enseñanzas, sino más bien la confusa y errónea
interpretación de estos escritos sagrados por los escribas y fariseos de
Jerusalén, esclavos de la tradición.
Ahora pues, emplearán ellos tanto la
doctrina de inspiración de las Escrituras como sus propias tergiversaciones
para resistirse decididamente a las enseñanzas más nuevas del evangelio del
reino.No olviden jamás que el Padre no limita la revelación de la verdad a una
sola generación ni a un solo pueblo. Muchos buscadores sinceros de la verdad se
han encontrado confundidos y desilusionados por esta doctrina de la perfección
de las Escrituras, y lo estarán también en el futuro.
EL LIBRO DE URANTIA
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