La teoría
del Diseño Inteligente postula que ante la organización de nuestro universo a
nivel astronómico, biológico, orgánico, se hace evidente que detrás de todo
ello hay una complejidad irreductible, es decir, que es imposible imaginar que
algunos sistemas complejos como los seres vivos o algunas casualidades en las
leyes cósmicas y planetarias sean causa del azar, y que el desarrollo y la
organización de sistemas complejos a partir de organizaciones más simples
implica la existencia de un Diseño, y por lo tanto la existencia de un
Diseñador. Al mismo tiempo implica que todo tiene una finalidad, de la cual no
suelen hacer especulaciones.
Algunos de
los hechos científicos en que se apoyan son los siguientes; el científico Fred
Hoyle se dio cuenta de que para explicar la abundante síntesis del carbono en
el interior de las estrellas debería darse una resonancia nuclear muy especial,
como si en las leyes de la naturaleza se hubiese pensado “a propósito” para
conseguir sintetizar el carbono, que es el elemento clave en las estructuras
orgánicas que usan los seres vivos.
El
astrónomo John Barrow dice que el eje terrestre oscilaría caóticamente en
breves periodos de tiempo si no fuera por la presencia de la luna, que actúa de
pesa estabilizadora del sistema tierra luna. Asimismo ve que la posición de
Júpiter en el sistema solar permite que muy pocos meteoritos bombardeen la
tierra, pues el gigantesco planeta hace de barredora de los asteroides
erráticos.
El
bioquímico Michael Behe observa que el desarrollo del flagelo bacteriano,
similar al de un reactor actual, implica una complejidad irreductible, pues
sería imposible bajo una secuencia casual que un sistema tan complejo se
hubiera desarrollado. Y es clásico para tumbar la teoría de la selección
natural mediante mutaciones aleatorias poner como ejemplo el ojo humano, cuyo
diseño es tan complejo que para estos científicos es imposible que se haya
desarrollado a base de mutaciones aleatorias.
En su libro
La caja negra de Darwin,Behe propone que es imposible que la molécula de ADN,
contenedora del mensaje genético bajo el cual se desarrollan los seres vivos
con su doble hélice enrollada y los enlaces por fuerzas de van der Waals que
emparejan las bases nitrogenadas, sea un mero producto del azar o del desarrollo
a partir de organismos autorreplicantes más simples. Y retoma un viejo
argumento del diseño de Payley, teológo inglés del siglo XIX, que decía que si
en un paseo campestre nos encontramos un reloj sería absurdo imaginar que es
producto del azar de unas fuerzas ciegas de la naturaleza, y que no tiene
ningún sentido, pues la complejidad de la máquina y la finalidad evidente de la
misma hacía que supusiésemos por fuerza la evidencia de un Diseñador, y
extrapolaba este argumento a la existencia del mundo natural. Behe observa que
el diseño de la molécula de ADN no es menos complejo que el de un reloj, y que
se hace imposible que este ajuste tan perfecto sea producto de las ciegas
fuerzas del azar a partir de moléculas más simples.
Contra el
Diseño Inteligente esgrimen la teoría de la evolución de Darwin, y el mecanismo
de selección natural mediante el cual las especies que sobreviven en la lucha
por la vida son aquellas que se adaptan mejor al medio circundante, y que
aquellas especies que mediante mutaciones favorables se adaptan mejor son las
que finalmente triunfan. Finalmente, como causa de las mutaciones nos intentan
hacer creer que los rayos cósmicos y las propias mutaciones internas en el ADN,
fruto del azar, son las que crean variaciones que los organismos toman para
sobrevivir mejor. Para estos señores no hay vuelta de hoja posible, los
ejemplos que ponen los defensores del Diseño Inteligente han sido explicados
mediante la teoría de la evolución de Darwin, y apelan al ciego azar como causa
de las mutaciones. Han encontrado un aliado incluso en el mismo Vaticano, que
trata de desmarcarse del Diseño Inteligente desacreditándolo, en un artículo
del diario oficial del Vaticano L’osservatore romano.
En rigor,
es cierto que el Diseño Inteligente no es una teoría científica, y los mismos
autores no tratan de defender ningún dios bíblico. Esta teoría del Diseño
Inteligente trata de unir la ciencia, la filosofía y la religión, que es un
viejo sueño de los filósofos renacentistas, de los filósofos clásicos y de
todos aquellos que realizan una búsqueda sincera de la verdad. Hubiera sido muy
enriquecedor que se hubiera permitido una presentación de esta teoría en las
aulas universitarias, y un sano debate entre los defensores y los detractores.
Sin embargo, con una cerrazón intelectual propia de siglos pasados se negó la
presencia a los defensores del Diseño en la Universidad. Menos rigor tienen con
los partidos políticos o con ciertos grupos artísticos.
Javier Ruiz
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