La influencia de la cultura griega ya había penetrado en las tierras del Mediterráneo occidental cuando Alejandro diseminó la civilización helenista por el cercano Oriente. Los griegos fueron bien con su religión y su política mientras estuvieron organizados en pequeñas ciudades-estado; pero cuando el rey macedonio se atrevió a extender Grecia hasta convertirla en un imperio que iba del Adriático al Indus, comenzaron los problemas. El arte y la filosofía de Grecia estaban a la altura de la expansión imperial, pero no así su administración política ni su religión. Una vez que las ciudades-estado de Grecia se expandieron hasta volverse un imperio, sus dioses un tanto parroquiales resultaron ligeramente raros. Los griegos estaban realmente buscando un Dios, un Dios más importante y mejor, cuando recibieron la versión cristianizada de la religión judía más antigua.El imperio helenista, como tal, no podía durar. Su influencia cultural continuó, pero perduró sólo después de adquirir del oeste el genio político romano para la administración de un imperio, y de obtener del este una religión cuyo único Dios poseía dignidad imperial.En el primer siglo después de Cristo, la cultura helenista ya había alcanzado sus más altos niveles; su retrogresión ya había comenzado; el conocimiento avanzaba, pero el genio estaba declinando. Fue en este mismo momento en que las ideas e ideales de Jesús, que estaban parcialmente contenidos en el cristianismo, se integraron al salvamento de la cultura y el conocimiento griegos. Alejandro había atacado al oriente con el don cultural de la civilización griega; Pablo asaltaba al occidente con la versión cristiana del evangelio de Jesús. Y donde quiera que prevalecía la cultura griega en occidente, allí echó raíces el cristianismo helenizado.
Tomado del Libro de Urantia
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