El prejuicio enceguece el alma en el reconocimiento de la verdad, y el
prejuicio puede ser eliminado sólo por la devoción sincera del alma a la
adoración de una causa capaz de abrazar e incluir a todos los semejantes.
El
prejuicio está vinculado inseparablemente con el egoísmo. El prejuicio tan sólo
se puede eliminar si se abandona el egoísmo y se lo reemplaza por la búsqueda
de la satisfacción que produce el servicio de una causa que sea no sólo más
grande que el yo, sino aun más grande que toda la humanidad —la búsqueda de
Dios, al alcance de la divinidad.
El indicio de la madurez de la personalidad
consiste en la transformación del deseo humano de manera tal que busque
constantemente la realización de esos valores que son los más elevados y los
más divinamente reales.
En un mundo en continuo cambio, en medio de un orden
social en evolución, es imposible mantener propósitos rígidos y establecidos de
destino. La estabilidad de la personalidad tan sólo puede ser experimentada por
los que han descubierto y abrazado al Dios viviente como meta eterna de alcance
infinito. El transferir de este modo el propio objetivo del tiempo a la
eternidad, de la tierra al Paraíso, de lo humano a lo divino, requiere que el
hombre se regenere, se convierta, nazca nuevamente; que se vuelva el hijo
recreado del espíritu divino; que gane el ingreso en la hermandad del reino del
cielo.
Todas las filosofías y religiones que no llegan a estos ideales, son
inmaduras. La filosofía que yo enseño, vinculada con el evangelio que vosotros
predicáis, representa la nueva religión de la madurez, el ideal de todas las
generaciones futuras. Y esto es verdad porque nuestro ideal es final,
infalible, eterno, universal, absoluto e infinito.Mi filosofía me impulsó a
buscar las realidades del verdadero alcance, el objetivo de la madurez. Pero mi
impulso era impotente; mi búsqueda carecía de fuerza impulsadora; mi indagación
sufría, por faltarle la certidumbre de una dirección. Estas deficiencias han
sido abundantemente corregidas por este nuevo evangelio de Jesús, con su
enaltecimiento de vistas, con su elevación de ideales, y con su certidumbre de
objetivos. Sin dudas ni recelos puedo ahora de todo corazón entrar en la
aventura eterna.
Rodán de Alejandría-El Libro de Urantia
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