El Padre Universal, siendo
autoexistente, es también autoexplicativo; él efectivamente vive en todo mortal
racional. Pero no puedes estar seguro de Dios a menos que lo conozcas; la
filiación es la única experiencia que hace certera la paternidad. El universo
experimenta cambios por doquier. Un universo cambiante es un universo
dependiente; tal creación no puede ser final ni absoluta. Un universo finito es
totalmente dependiente del Último y del Absoluto. El universo y Dios no son
idénticos; uno es la causa, el otro el efecto. La causa es absoluta, infinita,
eterna e invariable; el efecto, espacio-temporal y trascendental pero
constantemente cambiante, siempre en crecimiento.
Dios es el único hecho
autocausado en el universo. Él es el secreto del orden, el plan y el propósito
de la entera creación de cosas y seres. El universo en cambio por todas partes
está regulado y estabilizado por leyes absolutamente invariables, los hábitos
de un Dios invariable. La realidad de Dios, la ley divina, es invariable; la verdad
de Dios, su relación con el universo es una revelación relativa que es siempre
adaptable a un universo en continua evolución.
Los que quieren inventar una
religión sin Dios son como los que quieren cosechar frutos sin árboles, tener hijos
sin padres. No es posible tener efectos sin causas; sólo el YO SOY es sin
causa. El hecho de la experiencia religiosa implica a Dios, y dicho Dios de la
experiencia personal debe ser una Deidad personal. No podéis orar a una fórmula
química, suplicar a una ecuación matemática, adorar una hipótesis, confiar en
un postulado, comulgar con un proceso, servir una abstracción ni tener una
relación amante con una ley.
Es verdad que muchos rasgos
aparentemente religiosos pueden surgir de raíces no religiosas. El hombre
puede, intelectualmente, negar a Dios y sin embargo ser moralmente bueno, leal,
filial, honesto y aun idealista. El hombre puede injertar muchas ramas
puramente humanistas en su naturaleza espiritual básica y así probar aparentemente
sus opiniones a favor de una religión sin Dios, pero dicha experiencia está
vacía de valores de supervivencia: el conocimiento de Dios y la ascensión a
Dios. En semejante experiencia mortal sólo se producen los frutos sociales,
pero no los espirituales. El injerto determina la naturaleza del fruto, a pesar
de que el flujo vital provenga de las raíces del don divino original de mente y
espíritu.
La marca intelectual de la
religión es la certeza; la característica filosófica es la uniformidad; los
frutos sociales son el amor y el servicio.
El individuo que conoce a
Dios no es el que está cegado a las dificultades ni es inconsciente de los
obstáculos que se presentan en el camino para encontrar a Dios en el laberinto
de la superstición, la tradición y las tendencias materialistas de los tiempos
modernos. Se ha enfrentado con todos estos obstáculos y ha triunfado sobre
ellos, los ha superado mediante la fe viva, y ha alcanzado las alturas de la
experiencia espiritual a pesar de ellos. Pero es verdad que muchos que
interiormente están seguros de Dios temen declarar estos sentimientos de
certeza debido a la multiplicidad y astucia de aquellos que acumulan objeciones
y magnifican las dificultades sobre la creencia en Dios. No se requiere gran
profundidad de intelecto para señalar faltas, hacer preguntas, o poner
objeciones. Pero sí se requiere una mente brillante para responder a esas
preguntas y solucionar esas dificultades; la certeza de la fe es la técnica
mejor para tratar con todas estas opiniones superficiales.
Si la ciencia, la filosofía o
la sociología atreven a volverse dogmáticas en sus discusiones con los profetas
de la verdadera religión, los hombres conocedores de Dios deben contestar a tal
dogmatismo no justificado con ese dogmatismo sagaz de la certeza de la
experiencia espiritual personal: «Sé lo que he experimentado porque yo soy hijo
del YO SOY». Si la experiencia personal de una persona de fe ha de ser
desafiada por el dogma, entonces este hijo nacido en la fe del Padre
experiencible puede responder con ese dogma imposible de desafiar, la
declaración de su verdadera filiación con el Padre Universal.
Sólo una realidad
incualificada, un absoluto, puede atreverse a ser dogmática consecuentemente.
Aquellos que se atreven a ser dogmáticos deben, si son consistentes, tarde o
temprano ser manejados hacia los brazos del Absoluto de la energía, el
Universal de la verdad, y el Infinito del amor.
Si los enfoques no religiosos
de la realidad cósmica se atreven a desafiar la certidumbre de la fe sobre la
base de su estado no comprobado, entonces el que experimenta la verdad
espiritual de la misma manera puede recurrir al desafío dogmático de los hechos
de la ciencia y de las creencias de la filosofía sobre la base de que éstos, de
igual manera, no han sido comprobados; son del mismo modo experiencias de la
conciencia del científico o del filósofo.
De Dios, la más ineludible
de todas las presencias, el más real de todos los hechos, la más viva de todas
las verdades, la más amante de todas las amistades y el más divino de todos los
valores, tenemos el derecho de estar más seguros que de cualquier otra
experiencia universal.
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