La creciente presión de la población ocasionó que la raza amarilla en su desplazamiento hacia el norte, comenzó a penetrar en los territorios de caza del hombre rojo. Esta usurpación, unida al natural antagonismo racial, culminó en hostilidades, cada vez más graves, y de este modo comenzó la crucial lucha por las tierras fértiles del Asia más lejana.El relato de esta contienda de una entera época entre las razas roja y amarilla es una epopeya de la historia de nuestro mundo. Durante más de doscientos mil años estas dos razas superiores libraron una encarnizada e infatigable guerra. En las primeras luchas, vencieron generalmente las razas rojas y sus incursiones causaron estragos entre las colonias amarillas. Pero el hombre amarillo era un alumno aventajado en las destrezas de la guerra, y rápidamente manifestó una marcada habilidad para vivir pacíficamente con sus compatriotas. Los chinos fueron los primeros en aprender que en la unión está la fuerza. Las tribus rojas continuaron con sus graves conflictos de aniquilación mutua y comenzaron a sufrir repetidas derrotas a manos de los agresivos e implacables chinos, que continuaron su inexorable marcha hacia el norte.Hace cien mil años las diezmadas tribus de la raza roja se batían en retirada hacia los hielos del último glaciar, y cuando el pasaje de tierra hacia el este, sobre el Estrecho de Bering, se hizo transitable, estas tribus no tardaron en abandonar las inhospitalarias costas del continente asiático. Han transcurrido ochenta y cinco mil años desde el momento en que el último hombre rojo puro partió de Asia, pero la prolongada lucha dejó sus huellas genéticas sobre la victoriosa raza amarilla. Los pueblos chinos del norte, junto a los siberianos andonitas, asimilaron una importante cantidad del sangre roja y con ello se beneficiaron considerablemente.
Tomado del Libro de Urantia
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